Recorte acompañamiento terapéutico

 





Expositora: Nora Reñones
Técnica Universitaria  en Acompañamiento Terapéutico
Docente
Bahía Blanca Provincia de Buenos Aires

 

De la idea de muerte a la idea de vida

    

El recorte clínico que presentaré a continuación habla de un hombre de 96 años al que llamaré Oscar; viudo, afectado, según indica el informe de su médico psiquiatra, por un trastorno depresivo mayor con ideación suicida de cierto rigor que requiere cuidado y supervisión permanente. Es aquí cuando se me convoca como acompañante terapéutico por solicitud de su médico psiquiatra quien en mi entrevista primaria, entre otras indicaciones terapéuticas, sugiere que el mismo sea semanalmente reforzando algunas horas el día domingo por la tarde.

En una entrevista con su hija, quien no reside en la ciudad, pero viene cada quince días a visitarlo, desde el inicio, muestra preocupación por el estado de salud mental de su padre, pues aclara que el estado clínico es óptimo, prácticamente toda su vida ha sido un hombre saludable, continúa con sus controles médicos cada ocho o nueve meses rigurosamente y los resultados muestran parámetros normales en todos ellos.

Lo describe como una persona activa, sociable, reconocido por su profesión, y que desde prácticamente los veinte años practica golf, deporte que disfruta y conoce a la perfección.

Vuelve a referirse al estado actual: comenta que no sale de su departamento desde hace casi 2 meses, (tiempo que hace que ella está aquí acompañándolo), pero se resiste a salir o hacer algún tipo de actividad, duerme varias horas al día y ha descuidado su aspecto personal.

Aclara que la relación con él nunca fue fácil, por su obstinación y temperamento, agrega que no suele ser un hombre fácil de llevar y reconoce verse limitada para ayudarlo a salir de este estado. Agrega que, en algunas conversaciones con él, éste manifestó su deseo de morir, inclusive le entregó en mano su propia arma. Aunque ella intenta comprender su estado, su padre no puede explicarle lo que siente.

Finalmente accede a contarme que han sido afectados por dos pérdidas familiares, su madre por causa de una enfermedad terminal y su hermano en un trágico accidente. Cree, su depresión se agudizó luego de esta última partida.

En mi primer encuentro con Oscar, quien ya sabía anticipadamente de mi visita, (que al principio resistió), lo recuerdo aún con los más mínimos detalles: al ingresar a su departamento me encuentro a un hombre mayor sentado en su sillón con su sweater bordó, apenas puede ponerse de pie para saludarme, tambaleante, lo ayudo a incorporarse, me da la mano y me mira de pies a cabeza. Le sonrío. Lo saludo, y evito la pregunta formal de rigor de saber cómo estaba; intenté imaginar su estado a grandes rasgos y tenía alguna información sobre su situación. Advertí en su mirada que había allí un hombre que sufría. Me miraba en silencio con su semblante pálido, el ceño fruncido, pensativo, pasándose la mano continuamente sobre su frente, (gesto que continuó realizando durante algún tiempo).

Me presento y le comento de manera sencilla por qué razón me encontraba allí, pues no había escuchado nunca el término acompañante terapéutico ni leído nada al respecto.

Conversamos y coincidimos en el concepto, lo dedujo con esas dos palabras y había encontrado la explicación que manifiesta necesitaba.

Inmediatamente intentó transmitir la intensa angustia que lo aquejaba, “terrible”, la definió, “no se la deseo a nadie”. No es dolor físico, es una extraña sensación, difícil de soportar.  Creo que, agrega,  “todavía no han sido creadas las palabras para definir esta sensación”. Fue suficiente para mí, pues entendía que allí había un sujeto con un padecimiento, como define Kovadloff, que lo avasallaba y “lo destituía como tal”. Tallado por la angustia permanente. Un hombre abatido.

Sabemos el desgarro que provoca la enfermedad psíquica, que vulnera y amenaza más aún la subjetividad.  Debía como AT tramitar esa angustia como verdad que debe ser escuchada y saber poder hacer con el dolor que lo atravesaba.  Intentaría en cada encuentro descubrir y despertar sus intereses y deseos arrasados por la angustia que lo aquejaba, y estaba dispuesta a escuchar a Oscar en su desolación.

Las visitas de su hija, no resultaban del todo favorables. Se advertía cierta incomodidad en él y hasta cierto cambio de actitud y predisposición cuando ella estaba presente. En una de ellas, me comenta al oído que me fijara bien  que su hija no lo miraba, “lo observaba”. Y en mí, la mirada era un requisito indispensable. Con el transcurrir del tiempo estas diferencias entre mirada y observación se volvieron más notables.

Advertía que la descripción que me brindó su hija en la entrevista inicial hablaba sobre la relación entre ambos y que no reconocí en mi acompañado. Haberla tenido en cuenta hubiese sido como en cada acompañamiento, un entorpecimiento para el proceso transferencial.

En uno de los encuentros me comenta con cierta timidez que no está conforme con su psiquiatra, al que acude hace años y cree que la medicación no estaba surgiendo el efecto deseado. Siente que el profesional no le da la importancia que él necesita y no se siente escuchado, más bien “despachado” de su consultorio: darle importancia y ser escuchado, es lo que estaba demandando.

Decidió cancelar el próximo turno y eligió otro profesional para que lo acompañe en este proceso.

La cercanía de su domicilio a la del consultorio favoreció la primera salida después de dos meses de encierro.

Me aseguré que estuviese con disposición para salir, se mostraba algo intranquilo. Lo animé.Suspiró. Tomó su bastón y su gorra infaltable en cada salida, se miró al espejo, lo tomé del brazo y partimos. El primer trayecto en silencio, luego aparecieron charlas sobre el otoño y el gusto de pisar las hojas secas esparcidas en la vereda, comentaba  sobre cómo iba vestida la gente que pasaba a nuestro lado, “no podía comprender cómo los jóvenes podían llevar puesto esos jeans rotos,  y andar así por la vida, “ la moda del mal gusto” la llamaba.

Con sus casi 97 años y recordando la elegancia predominante de su época con hombres trajeados, el uso de sombreros y gominael contraste era inevitable. Lo percibía y observaba cada detalle, un rasgo característico en él. De aquí en adelante la caminata diaria se hizo habitual. Salvo en aquellos días donde prefería permanecer dentro y realizar alguna actividad de su agrado: entre las elegidas compartir alguna película que luego comentábamos, mostrarme alguna ópera que iba detallando y describiendo en cuanto a escenografía, música, compositores y cantantes líricos. Su conocimiento era extraordinario. Y yo, por supuesto lo recibía con agrado. (Estos momentos fueron parte de su recuperación).

Hubo cambio de medicación, un antidepresivo de gran eficacia al cual respondió exitosamente y fue el puntapié inicial para su recuperación. La predisposición del nuevo psiquiatra hacia Oscar fue agradecida por éste y surgió de inmediato una gran admiración por él; nos permitió acceder a su biblioteca personal con más de dos mil quinientos volúmenes y la galería de cuadros y pinturas que creaba como hobby. Era uno de los temas de conversación en la semana. No dejaba de sorprenderse.

Los  cambios positivos en su estado pasado un mes del inicio del nuevo tratamiento fueron asombrosos:  la aparición del color rosado en su semblante, el brillo en su mirada, el humor  y la picardía que estaban  asolapadas.

Mirarse al espejo nuevamente, volver a su cuidado personal. Afeitarse, peinarse y colocarse loción antes de cada salida eran indicadores que yo celebraba por dentro. Algo estaba cambiando, algo positivo estaba sucediendo.

 Su voluntad y  deseo me permitieron ir descubriendo los intereses y las habilidades innatas de Oscar: su admirable inteligencia, amplio bagaje cultural, la capacidad de observación y la facilidad para la escritura, casi poética, la pasión por la música clásica, el conocimiento biográfico  sobre diferentes compositores y obras, la lírica y óperas conocidas mundialmente, su gusto y disfrute por el golf. Confieso mi desconocimiento sobre estos  temas; sin embargo logró transmitirme  y contagiarme su pasión. Y esta predisposición e interés de mí hacia su persona y sus propuestas se fueron transformando en recursos terapéuticos. La subjetividad estaba poniéndose de manifiesto, se asomaba tímidamente. Y era él el artífice de su propia recuperación.

Permitirme acceder a su espacio que lo definía como identificatorio, el cuarto de biblioteca repleta de tomos, colecciones y libros que leía hasta altas horas de la noche. Ejemplares que me eran referenciados y recomendados. Elegía alguno para comentarlo en cada encuentro. Intercambio de obras literarias,a las que yo sumaba mis menciones de los leídos y rescatados por mí por su riqueza literaria. En este punto nos unían la pasión por la lectura. Fue un punto coincidente. Estas eran tardes a disposición de ese proceso de recuperación anhelado por ambos.

 Los diálogos se volvieron ricos, en forma y contenido. Profundos, reflexivos, incluyendo temas existenciales y filosóficos, daban origen a la duda, que en él producía cierto desconcierto pero lo desafiaba a querer saber e indagar sobre cada tema que desconocía.Descubrió que la búsqueda de información y datos a través de internet tenían una riqueza asombrosa ,también fue una herramienta de gran utilidad para desandar el camino de la angustia.

Agradecía mi mirada y la escucha, sin saber que eran dos recursos indispensables en el proceso de acompañamiento terapéutico.Con el tiempo su hija también fue comprendiendo que había otra manera de estar presente y pudo redescubrir nuevamente a su padre.

Lentamente la recuperación de Oscar y su entusiasmo para reiniciar sus salidas y actividades iban borrando lentamente aquella imagen del primer encuentro. Del hombre abatido, donde la idea y deseo de muerte estaban latentes. Donde como hacen referencia Kuras Mauer y Resnizky…” El dolor devora, hace muy difícil soportar el desamparo y la realidad de la vida misma…”.

Como AT debía continuar legitimando el sufrimiento ,darle algún sentido a ese dolor que aún estaban latentes y Oscar me estaba brindando algunas herramientas, la propia subjetividad que estaba abriéndose camino, con su deseo y habilidades que serían transformadoras de la realidad con la que empezaba a reencontrarse. Era él mismo nuevamente, el que su hija me había descripto en la primera entrevista y el que deseaba volviera a aparecer.

El reencuentro con sus amistades en una confitería céntrica, los días martes, fue una acción concreta de recuperación.

Pudo empezar a tramitar positivamente el dolor que le causaron aquellas pérdidas tan cercanas.

Ya fortalecido, con una transferencia consolidada hacia mi persona, resignificamos el concepto de muerte de manera positiva y sanadora. Pudimos hacerla palabra y recordar a sus seres queridos con orgullo, en medio de anécdotas y buenos recuerdos. Pudo hablarla y tramitarla ya no desde la desolación y la opresión sino desde la esperanza del reencuentro; pues nunca había pensado en ello y fue a través de la incorporación de diálogos abiertos a cerca del destino, sobre la existencia de Dios y de la duda que se le generó en cuanto la idea de la vida más allá de la muerte, que le permitieron pensarse nuevamente juntos.

Los recursos para el acompañante terapéutico se vuelven legítimos y valiosos cuando los mismos se ponen en el camino para favorecer el proceso de recuperación, mejorar la calidad de vida, devolver la esperanza perdida, aliviar el dolor psíquico que tanto entorpece y paraliza abriendo nuevamente la posibilidad de ser y de vivir.

Dos años. Y la satisfacción de haber acompañado a quien en el encuentro diario  fue enriqueciéndome y del que fui aprendiendo mutuamente.

*Este trabajo es presentado a manera de recuerdo y homenaje a Oscar quien ya no está físicamente entre nosotros.

  BIBLIOGRAFIA:

Mauer, S. K. (2006). Metapsicología del acompañamiento terapéutico. Actualidad Psicológica, 2-5.

Resnizky, S. K. (2009). Acompañantes Terapéuticos. Actualización teórico-clínica. Buenos Aires, Buenos Aires., Argentina: Letra Viva.

Zukerfeld, R. (Octubre de XXXI (2006)). De la vulnerabilidad a la resiliencia:el papel del acompañamiento terapéutico. Actualidad Psicológica.(346), 7-9.